Un profesor hablaba enérgicamente en un salón de clases y todos parecían dispersos, pero Wiley Wiggins escuchaba atento el discurso de ese hombre de blanco bigote y cabeza semi-calva, escuchaba cada palabra en un intento sublime por apropiar cada significado. Trataba de comprender el mundo a través de la mirada de los otros. El discurso profesado por el viejo hombre al frente de los estudiantes, proclamaba un rechazo a aquella visión posmoderna que define al hombre como una mera construcción social y ente influenciado, “esos son solo pretextos”, dice. Para él, el existencialismo no es un intento desesperado por entender el mundo mediante absurdos trascendentalismos, es por el contrario, asumir la vida con pasión y responsabilidad, sabiendo que al final, tenemos el poder de decidir.
Wiley, algo removido por las frases que acababan de atravesar sus oídos, salió del salón y caminó por la calle con las manos en los bolsillos. Su camisa suelta y pelo desdeñado parecían perderse y fundirse en la grisácea urbe. Sentía un fervor de libertad, de poder y de autonomía. Pero esta naciente emancipación se empezó a mezclar paulatinamente con el sentimiento desalentador de la impotencia. Fue inevitable recordar a aquel joven que, caminando por la misma calle unos días atrás, le dijo sentirse en una sociedad invadida por el mal, adicta a las pasiones y en la que los medios legitiman la barbarie de la humanidad. Recordó que tras haber compartido con él su visión desalentadora del mundo, el joven decidió hacer algo para demostrarle al mundo que no era otro tonto alienado, que era consciente de lo que la sociedad hacia de él. Aquel joven decidió hacer un acto simbólico para distinguirse de los demás: se sentó en un andén urbano, regó sobre sí combustible, encendió un fósforo y se prendió en llamas.
Ahora Wiley se sentía confundido y mareado ¿Cómo poder creer en el existencialismo cuando la única salida que tuvo aquel joven fue decidir morir? Su mente divagaba entre pasiones y pensamientos. ¿Somos el producto de una ecuación algebraica en la que intervienen numerosas variables que se suman, restan, multiplican y segregan, dando como resulto un ‘yo’? ¿Fueron las variables en la vida del joven suicida las que lo llevaron a tomar esa decisión? ¿Es imposible borrar o tachar con un lápiz las variables de nuestra vida?
Estaba demasiado cansado para despejar sus preguntas aquella tarde, así que al llegar a casa, tiró la maleta al piso, se recostó en su cama y se entregó a los brazos de Morfeo. Fue una de esas noches confusas y turbulentas, en que las que se duerme y se sueña, pero nunca se sabe si somos nosotros quienes dirigimos nuestros sueños o si son ellos los que dirigen nuestras noches. Wiley se removía de un lado para el otro, se veía así mismo caminando por un espacio negro, tratando de hallar algún tipo de color, textura o forma. Era tan importante para él encontrar algo real en ese espacio, que al ver que no había nada allí, lo invadió una profunda angustia. Sintió pánico al percibir que lo único real en ese mundo era él. Se llenó de desesperación, pues en su mente giraba la idea de que lo que alguna vez le dio sentido a su vida, no estaba.
Wiley despertó con un repentino movimiento, que lo dejó sentado en su cama respirando agitadamente. Se levantó, tomó un vaso de agua y se dio cuenta que ya había amanecido, así que comenzó su rutina de mañana para salir a la Universidad.
Después de un aburrido día de discursos y lecturas, emprendió camino a su solitaria casa en medio de esa ciudad en la que era solo un foráneo. Relacionó las desconocidas calles con aquel mundo oscuro al que lo habían llevado sus sueños la noche anterior. Sin darse cuenta, había llegado a una sucia cuadra en la que la única luz provenía de un letrero de “Bar”. En un intento desprevenido por sentir algo, entró al lugar decidido a tomar un trago del más fuerte licor que hubiese. En el bar, apenas estaba el cantinero, un hombre viejo detrás de la barra con mirada amable y voz imponente.
Tres tragos mas tarde, Wiley se impulsó a contarle al cantinero su sueño. Al terminar, el hombre lo miró fijamente y le dijo: “muchacho, no esperes que tu mundo se dibuje por si solo, toma tú el pincel y dale color a esas paredes oscuras ¿Por qué después de tantos años de historia de la humanidad, aún seguimos citando a tan pocos sabios, filósofos y artistas? yo solo puedo encontrar dos posibles respuestas. Temor o Pereza”.
Inspirado en "Waking Life", película de Richard Linklater (2001).